TERCERA PARTE - REFLEXIONES
¿Qué es una mente
religiosa?
Pienso que esta mañana deberíamos considerar lo que es una
mente religiosa. Quisiera investigar eso bastante profundamente, porque siento
que sólo una mente así puede resolver todos nuestros problemas, no sólo los
problemas políticos y económicos, sino los más fundamentales problemas de la
existencia humana. Antes de que examinemos eso, creo que sería conveniente
repetir lo que ya hemos dicho, que una mente seria es aquella que está
dispuesta a llegar hasta la raíz de las cosas y descubrir lo que es verdadero y
lo que es falso. Existe una mente así, que no se detiene a mitad de camino y
que no permite que ninguna otra consideración la distraiga. Espero que haya al
menos unos cuantos capaces de hacer esto y que sean lo bastante serios como
para hacerlo.
Creo que todos estamos familiarizados con la actual
situación del mundo y no necesitamos que se nos hable de los engaños, de la
corrupción, de las desigualdades sociales y económicas, de la constante amenaza
de las guerras. Para comprender toda esta confusión y producir claridad, me
parece que tiene que haber un cambio radical en la mente misma, no sólo un
mosaico de reformas o un mero ajuste. Para vadear toda esta confusión que no es
sólo externa sino que está dentro de nosotros, para habérnoslas con todas estas
tensiones y exigencias en aumento, necesitamos una revolución radical en la
psique misma, necesitamos tener una mente por completo distinta.
Para mí, revolución es sinónimo de religión. Con esa palabra
“revolución” no me refiero a un cambio inmediato social o económico, sino a una
revolución en la conciencia misma. Todas las otras formas de revolución, ya
sean comunistas, capitalistas o lo que ustedes quieran, son meramente
reaccionarias. Una revolución en la mente, que implica la completa destrucción
de lo que ha sido, de modo que la mente sea capaz de ver lo verdadero sin
distorsión ni ilusión alguna, ése es el sentido de la religión. Pienso que la
auténtica, la verdadera mente religiosa puede existir y, de hecho, existe.
Si uno ha examinado esto muy a fondo, creo que puede
descubrir por sí mismo una mente así. La auténtica mente religiosa es una mente
que ha demolido, destruido todas las barreras, todas las ataduras con la
sociedad, la religión, el dogma, la creencia que le han impuesto, y ha ido más
allá para descubrir lo verdadero.
Por lo tanto, en primer lugar investiguemos la cuestión de
la experiencia. Nuestros cerebros son el resultado de la experiencia de siglos.
El cerebro es el depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y
el conocimiento acumulados, no seríamos capaces en absoluto de funcionar como
seres humanos. La experiencia con su memoria es obviamente necesaria en cierto
nivel, pero creo que es también bastante obvio que toda experiencia
condicionada básicamente por el conocimiento, por la memoria, tiene que ser
forzosamente limitada. Y, por lo tanto, la experiencia no es un factor de
liberación. No sé si han pensado siquiera alguna vez en esto.
Cada experiencia está condicionada por la experiencia
pasada. No hay, pues, una experiencia que sea nueva, siempre se halla coloreada
por el pasado. En el proceso mismo de experimentar existe la distorsión que
surge desde el pasado, siendo éste el conocimiento, la memoria, las diversas
experiencias acumuladas, no sólo la individual sino también las de la raza, las
de la comunidad. Ahora bien, ¿es posible negar toda esa experiencia?
No sé si han investigado la cuestión del negar, qué
significa negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del
conocimiento de la experiencia, de la memoria, negar a los sacerdotes, negar a
la Iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la psique. Para la mayoría de
nosotros sólo hay dos medios de negar: a través del conocimiento o a través de
la reacción. Ustedes niegan la autoridad del sacerdote, de la Iglesia, de la
palabra escrita, el libro, ya sea porque han estudiado, inquirido y acumulado
otros conocimientos o porque ello no les gusta y reaccionan en contra. Mientras
que la verdadera negación implica, ¿no es así?, que uno niega sin saber lo que
va a ocurrir, sin ninguna esperanza futura. Decir: “No sé qué es lo verdadero,
pero esto es falso” es, ciertamente, la única negación legítima, porque esa
negación no procede de un conocimiento calculado ni es producto de una
reacción. Después de todo, si uno sabe adónde va a conducirlo su negación, ésta
es, entonces, un mero canje, una cosa del mercado y, por lo tanto, no es en
absoluto una verdadera negación.
Pienso que tenemos que comprender esto un poco, investigarlo
más bien a fondo, porque quiero descubrir, mediante la negación, qué es la
mente religiosa. Siento que a través de la negación uno puede dar con lo
verdadero. No podemos descubrir lo verdadero mediante la afirmación. Es preciso
borrar la pizarra completamente y dejarla limpia de conocimientos antes de que
pueda uno descubrir.
Vamos, pues, a investigar por medio de la negación, a través
del pensar negativo, qué es la mente religiosa. Y, obviamente, no hay pensar
negativo si la negación se basa en el conocimiento, en la reacción. Espero que
esto haya quedado completamente claro. Si niego la autoridad del sacerdote, del
libro o de la tradición porque eso no me gusta, se trata solamente de una
reacción, puesto que entonces sustituyo por alguna otra cosa aquello que he
negado. Y si niego porque poseo suficientes conocimientos, hechos, información,
etcétera, entonces mi conocimiento se convierte en mi refugio. Pero existe una
negación que no es el resultado de la reacción o del conocimiento, sino que
surge de la observación, de ver una cosa tal como es, de ver el hecho que ella
implica. Ésa es la verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas las
presunciones, ilusiones, autoridades y deseos.
¿Es posible, pues, negar la autoridad? No me refiero a la
autoridad del policía, de las leyes del país y todo eso; sería tonto e inmaduro
y terminaría con nosotros en la cárcel. Me refiero a la negación de la
autoridad que la sociedad ha impuesto profundamente sobre la psique, sobre la
conciencia. O sea, negar la autoridad de toda experiencia, de todo
conocimiento, de modo tal que la mente se halle en un estado de no saber lo que
será, sino de saber sólo lo que no es verdadero.
¿Saben?, si han llegado tan lejos en la negación, ello les
da un sentido asombroso de integración, de no estar desgarrados entre deseos
conflictivos y contradictorios. Ver lo que es verdadero y lo que es falso o ver
lo verdadero en lo falso, les da un sentido de auténtica percepción, les da
claridad. Habiendo destruido todas las seguridades, los temores, las
ambiciones, las vanidades, las visiones, los propósitos, todo, la mente se
halla entonces en una situación, en un estado de completa soledad, libre de
toda influencia.
Ciertamente, para encontrar la realidad, para encontrar a
“Dios” o como quieran ustedes llamarlo, la mente tiene que estar sola, sin
influencia alguna, porque entonces una mente así es una mente pura, y una mente
pura puede proseguir. Cuando hay completa destrucción de todas las cosas que la
mente ha creado dentro de sí, como la seguridad, la esperanza y la resistencia
contra la esperanza (que es desesperación), etcétera, entonces, sin duda
alguna, adviene un estado libre de temor en el que no hay muerte. Una mente que
está sola vive de manera completa, y en ese vivir hay un morir a cada minuto y,
por lo tanto, para esa mente la muerte no existe. Es algo realmente
extraordinario. Si uno ha penetrado en ello descubre por sí mismo que no existe
tal cosa como la muerte. Sólo existe ese estado de austeridad pura de la mente
que permanece sola.
Esta soledad no es aislamiento, no es escapar hacia alguna
torre de marfil, no es sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás, olvidado,
disipado y destruido. Una mente así conoce, pues, lo que es destrucción. Y
tenemos que conocer la destrucción, de lo contrario no podremos descubrir nada
nuevo. ¡Y cómo nos asusta destruir todo cuanto hemos acumulado!
Hay un proverbio sánscrito que dice: “Las ideas son hijas de
mujeres estériles”. Y creo que la mayoría de nosotros se complace en ideas.
Puede que ustedes consideren las pláticas que hemos tenido como un intercambio
de ideas, como un proceso de aceptar ideas nuevas descartando otras viejas o
como un proceso de negar ideas nuevas aferrándonos a las viejas. No estamos en
absoluto tratando con ideas. Tratamos con hechos. Y cuando uno se interesa en
el hecho, no caben arreglos, o lo acepta o lo rechaza. Uno podrá decir: “No me
gustan esas ideas, prefiero las viejas, voy a cocerme en mi propia salsa”, o
podrá marchar con el hecho. Lo que no puede es avenirse, adaptarse. La
destrucción no implica adaptación. Adaptarse, decir: “Debo ser menos ambicioso,
no ser tan envidioso” no es destrucción. Y uno debe, ciertamente, ver la verdad
de que la ambición, la envidia, son feas, estúpidas, y que tiene que destruir
todos estos absurdos. El amor no se adapta jamás. Son sólo el deseo, el temor,
la esperanza, los que se adaptan. Es por eso que el amor es algo destructivo,
porque rehúsa adaptarse o amoldarse a un patrón.
Empezamos, pues, a descubrir que cuando existe la
destrucción de toda la autoridad que el hombre ha creado para sí mismo en su
deseo de sentirse internamente seguro, entonces hay creación. Destrucción es
creación.
Entonces, si han abandonado ustedes las ideas y no se están
ajustando a su propio patrón de existencia o a un nuevo patrón que piensan está
creando quien les habla, si han llegado hasta ahí, descubrirán que el cerebro
puede y debe funcionar sólo en relación con las cosas externas, responder
únicamente a las exigencias de afuera. De esa manera, el cerebro se aquieta
completamente. Esto significa que ha cesado la autoridad de sus experiencias y,
por lo tanto, es un cerebro incapaz de crear ilusiones. Para descubrir lo
verdadero, es esencial que toque a su fin el poder que el cerebro tiene de
crear ilusiones de todo tipo. Ese poder es el poder del deseo, el poder de la
ambición, de querer ser esto y no querer ser aquello.
Por consiguiente, en este mundo el cerebro debe funcionar
con la razón, con cordura, con claridad, pero internamente tiene que hallarse
completamente quieto.
Los biólogos nos dicen que al cerebro le ha tomado millones
de años evolucionar hasta su etapa presente y que le tomará millones de años
seguir evolucionando. Ahora bien, la mente religiosa no depende del tiempo para
su desarrollo. Lo que quiero comunicar es que, cuando el cerebro, que debe
funcionar respondiendo a la existencia exterior, se aquieta internamente, ya no
opera el mecanismo de acumular experiencias y conocimientos. Por lo tanto, el
cerebro está internamente quieto pero plenamente activo, y entonces puede
obviar de un salto los millones de años.
Para la mente religiosa, pues, no existe el tiempo. Este
sólo existe en ese estado de continuidad que avanza hacia una continuidad y un
logro más extensos. Cuando la mente religiosa ha destruido la autoridad del
pasado, las tradiciones, los valores que se le han impuesto, entonces es capaz
de existir sin el tiempo. Entonces está completamente desarrollada. Porque,
después de todo, cuando uno ha negado el tiempo, ha negado todo desarrollo a
través del tiempo y el espacio. Por favor, esto no es una idea, no es una cosa
para jugar con ella. Si han pasado por esto saben lo que es, se hallan en ese
estado, pero si no han pasado por ello, entonces no pueden recoger meramente
estas cosas como si fueran ideas y jugar con ellas.
Uno descubre así que la destrucción es creación y que en el
acto de crear no existe el tiempo. La creación es ese estado en que el cerebro,
habiendo destruido todo el pasado, está completamente quieto y, por lo tanto,
se encuentra en esa condición en que no hay tiempo ni espacio en el cual
crecer, expresarse, devenir. Y ese estado de creación no es la creación de unas
pocas personas dotadas, pintores, músicos, arquitectos. Es sólo la mente
religiosa la que puede hallarse en un estado de creación, y la mente religiosa
no es la que pertenece a alguna iglesia, creencia o dogma; estas cosas sólo
condicionan la mente. Acudir a una iglesia todas las mañanas y adorar esto o
aquello no convierte en religiosa a una persona, aunque la sociedad respetable
pueda aceptarla como tal. Lo que hace que una persona sea religiosa es la total
destrucción de lo conocido.
En esta creación hay un sentido de belleza, una belleza que
no es producto del hombre, una belleza que está más allá del pensamiento y el
sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento son meras reacciones y
la belleza no es una reacción. Una mente religiosa tiene esa belleza, que no es
la mera apreciación de la naturaleza, de las hermosas montañas y el rumoroso
torrente, sino un sentido de belleza por completo distinto que va unido al
amor. No creo que puedan separarse la belleza y el amor. Ustedes saben, para la
mayoría de nosotros el amor es algo penoso, porque siempre va acompañado de los
celos, del odio y de los instintos posesivos. Pero este amor de que estamos
hablando es un estado de llama sin humo.
La mente religiosa conoce, pues, esta destrucción completa,
total, y lo que implica hallarse en un estado de creación, el cual es
incomunicable; y con él existe el sentido de la belleza y el amor, que son
indivisibles. El amor no puede dividirse como amor divino y amor físico. Es
amor. Y con él existe naturalmente, huelga decirlo, un sentido de pasión. Sin
pasión no podemos llegar muy lejos. La pasión es intensidad. No la intensidad
de querer cambiar alguna cosa, de hacer algo, no la intensidad que tiene una
causa, de modo tal que cuando eliminamos la causa, la pasión desaparece. No es
un estado de entusiasmo. La belleza sólo puede existir cuando hay una pasión
que es austera. La mente religiosa, por hallarse en este estado, tiene una
cualidad peculiar de fuerza…