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lunes, mayo 12

“ENCUENTRO CON LA VIDA” (Jiddu Krishnamurti)

TERCERA PARTE - REFLEXIONES

¿Qué es una mente religiosa?

Pienso que esta mañana deberíamos considerar lo que es una mente religiosa. Quisiera investigar eso bastante profundamente, porque siento que sólo una mente así puede resolver todos nuestros problemas, no sólo los problemas políticos y económicos, sino los más fundamentales problemas de la existencia humana. Antes de que examinemos eso, creo que sería conveniente repetir lo que ya hemos dicho, que una mente seria es aquella que está dispuesta a llegar hasta la raíz de las cosas y descubrir lo que es verdadero y lo que es falso. Existe una mente así, que no se detiene a mitad de camino y que no permite que ninguna otra consideración la distraiga. Espero que haya al menos unos cuantos capaces de hacer esto y que sean lo bastante serios como para hacerlo.

Creo que todos estamos familiarizados con la actual situación del mundo y no necesitamos que se nos hable de los engaños, de la corrupción, de las desigualdades sociales y económicas, de la constante amenaza de las guerras. Para comprender toda esta confusión y producir claridad, me parece que tiene que haber un cambio radical en la mente misma, no sólo un mosaico de reformas o un mero ajuste. Para vadear toda esta confusión que no es sólo externa sino que está dentro de nosotros, para habérnoslas con todas estas tensiones y exigencias en aumento, necesitamos una revolución radical en la psique misma, necesitamos tener una mente por completo distinta.

Para mí, revolución es sinónimo de religión. Con esa palabra “revolución” no me refiero a un cambio inmediato social o económico, sino a una revolución en la conciencia misma. Todas las otras formas de revolución, ya sean comunistas, capitalistas o lo que ustedes quieran, son meramente reaccionarias. Una revolución en la mente, que implica la completa destrucción de lo que ha sido, de modo que la mente sea capaz de ver lo verdadero sin distorsión ni ilusión alguna, ése es el sentido de la religión. Pienso que la auténtica, la verdadera mente religiosa puede existir y, de hecho, existe.

Si uno ha examinado esto muy a fondo, creo que puede descubrir por sí mismo una mente así. La auténtica mente religiosa es una mente que ha demolido, destruido todas las barreras, todas las ataduras con la sociedad, la religión, el dogma, la creencia que le han impuesto, y ha ido más allá para descubrir lo verdadero.

Por lo tanto, en primer lugar investiguemos la cuestión de la experiencia. Nuestros cerebros son el resultado de la experiencia de siglos. El cerebro es el depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y el conocimiento acumulados, no seríamos capaces en absoluto de funcionar como seres humanos. La experiencia con su memoria es obviamente necesaria en cierto nivel, pero creo que es también bastante obvio que toda experiencia condicionada básicamente por el conocimiento, por la memoria, tiene que ser forzosamente limitada. Y, por lo tanto, la experiencia no es un factor de liberación. No sé si han pensado siquiera alguna vez en esto.

Cada experiencia está condicionada por la experiencia pasada. No hay, pues, una experiencia que sea nueva, siempre se halla coloreada por el pasado. En el proceso mismo de experimentar existe la distorsión que surge desde el pasado, siendo éste el conocimiento, la memoria, las diversas experiencias acumuladas, no sólo la individual sino también las de la raza, las de la comunidad. Ahora bien, ¿es posible negar toda esa experiencia?

No sé si han investigado la cuestión del negar, qué significa negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del conocimiento de la experiencia, de la memoria, negar a los sacerdotes, negar a la Iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la psique. Para la mayoría de nosotros sólo hay dos medios de negar: a través del conocimiento o a través de la reacción. Ustedes niegan la autoridad del sacerdote, de la Iglesia, de la palabra escrita, el libro, ya sea porque han estudiado, inquirido y acumulado otros conocimientos o porque ello no les gusta y reaccionan en contra. Mientras que la verdadera negación implica, ¿no es así?, que uno niega sin saber lo que va a ocurrir, sin ninguna esperanza futura. Decir: “No sé qué es lo verdadero, pero esto es falso” es, ciertamente, la única negación legítima, porque esa negación no procede de un conocimiento calculado ni es producto de una reacción. Después de todo, si uno sabe adónde va a conducirlo su negación, ésta es, entonces, un mero canje, una cosa del mercado y, por lo tanto, no es en absoluto una verdadera negación.

Pienso que tenemos que comprender esto un poco, investigarlo más bien a fondo, porque quiero descubrir, mediante la negación, qué es la mente religiosa. Siento que a través de la negación uno puede dar con lo verdadero. No podemos descubrir lo verdadero mediante la afirmación. Es preciso borrar la pizarra completamente y dejarla limpia de conocimientos antes de que pueda uno descubrir.

Vamos, pues, a investigar por medio de la negación, a través del pensar negativo, qué es la mente religiosa. Y, obviamente, no hay pensar negativo si la negación se basa en el conocimiento, en la reacción. Espero que esto haya quedado completamente claro. Si niego la autoridad del sacerdote, del libro o de la tradición porque eso no me gusta, se trata solamente de una reacción, puesto que entonces sustituyo por alguna otra cosa aquello que he negado. Y si niego porque poseo suficientes conocimientos, hechos, información, etcétera, entonces mi conocimiento se convierte en mi refugio. Pero existe una negación que no es el resultado de la reacción o del conocimiento, sino que surge de la observación, de ver una cosa tal como es, de ver el hecho que ella implica. Ésa es la verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas las presunciones, ilusiones, autoridades y deseos.

¿Es posible, pues, negar la autoridad? No me refiero a la autoridad del policía, de las leyes del país y todo eso; sería tonto e inmaduro y terminaría con nosotros en la cárcel. Me refiero a la negación de la autoridad que la sociedad ha impuesto profundamente sobre la psique, sobre la conciencia. O sea, negar la autoridad de toda experiencia, de todo conocimiento, de modo tal que la mente se halle en un estado de no saber lo que será, sino de saber sólo lo que no es verdadero.

¿Saben?, si han llegado tan lejos en la negación, ello les da un sentido asombroso de integración, de no estar desgarrados entre deseos conflictivos y contradictorios. Ver lo que es verdadero y lo que es falso o ver lo verdadero en lo falso, les da un sentido de auténtica percepción, les da claridad. Habiendo destruido todas las seguridades, los temores, las ambiciones, las vanidades, las visiones, los propósitos, todo, la mente se halla entonces en una situación, en un estado de completa soledad, libre de toda influencia.



Ciertamente, para encontrar la realidad, para encontrar a “Dios” o como quieran ustedes llamarlo, la mente tiene que estar sola, sin influencia alguna, porque entonces una mente así es una mente pura, y una mente pura puede proseguir. Cuando hay completa destrucción de todas las cosas que la mente ha creado dentro de sí, como la seguridad, la esperanza y la resistencia contra la esperanza (que es desesperación), etcétera, entonces, sin duda alguna, adviene un estado libre de temor en el que no hay muerte. Una mente que está sola vive de manera completa, y en ese vivir hay un morir a cada minuto y, por lo tanto, para esa mente la muerte no existe. Es algo realmente extraordinario. Si uno ha penetrado en ello descubre por sí mismo que no existe tal cosa como la muerte. Sólo existe ese estado de austeridad pura de la mente que permanece sola.

Esta soledad no es aislamiento, no es escapar hacia alguna torre de marfil, no es sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás, olvidado, disipado y destruido. Una mente así conoce, pues, lo que es destrucción. Y tenemos que conocer la destrucción, de lo contrario no podremos descubrir nada nuevo. ¡Y cómo nos asusta destruir todo cuanto hemos acumulado!

Hay un proverbio sánscrito que dice: “Las ideas son hijas de mujeres estériles”. Y creo que la mayoría de nosotros se complace en ideas. Puede que ustedes consideren las pláticas que hemos tenido como un intercambio de ideas, como un proceso de aceptar ideas nuevas descartando otras viejas o como un proceso de negar ideas nuevas aferrándonos a las viejas. No estamos en absoluto tratando con ideas. Tratamos con hechos. Y cuando uno se interesa en el hecho, no caben arreglos, o lo acepta o lo rechaza. Uno podrá decir: “No me gustan esas ideas, prefiero las viejas, voy a cocerme en mi propia salsa”, o podrá marchar con el hecho. Lo que no puede es avenirse, adaptarse. La destrucción no implica adaptación. Adaptarse, decir: “Debo ser menos ambicioso, no ser tan envidioso” no es destrucción. Y uno debe, ciertamente, ver la verdad de que la ambición, la envidia, son feas, estúpidas, y que tiene que destruir todos estos absurdos. El amor no se adapta jamás. Son sólo el deseo, el temor, la esperanza, los que se adaptan. Es por eso que el amor es algo destructivo, porque rehúsa adaptarse o amoldarse a un patrón.

Empezamos, pues, a descubrir que cuando existe la destrucción de toda la autoridad que el hombre ha creado para sí mismo en su deseo de sentirse internamente seguro, entonces hay creación. Destrucción es creación.

Entonces, si han abandonado ustedes las ideas y no se están ajustando a su propio patrón de existencia o a un nuevo patrón que piensan está creando quien les habla, si han llegado hasta ahí, descubrirán que el cerebro puede y debe funcionar sólo en relación con las cosas externas, responder únicamente a las exigencias de afuera. De esa manera, el cerebro se aquieta completamente. Esto significa que ha cesado la autoridad de sus experiencias y, por lo tanto, es un cerebro incapaz de crear ilusiones. Para descubrir lo verdadero, es esencial que toque a su fin el poder que el cerebro tiene de crear ilusiones de todo tipo. Ese poder es el poder del deseo, el poder de la ambición, de querer ser esto y no querer ser aquello.

Por consiguiente, en este mundo el cerebro debe funcionar con la razón, con cordura, con claridad, pero internamente tiene que hallarse completamente quieto.

Los biólogos nos dicen que al cerebro le ha tomado millones de años evolucionar hasta su etapa presente y que le tomará millones de años seguir evolucionando. Ahora bien, la mente religiosa no depende del tiempo para su desarrollo. Lo que quiero comunicar es que, cuando el cerebro, que debe funcionar respondiendo a la existencia exterior, se aquieta internamente, ya no opera el mecanismo de acumular experiencias y conocimientos. Por lo tanto, el cerebro está internamente quieto pero plenamente activo, y entonces puede obviar de un salto los millones de años.

Para la mente religiosa, pues, no existe el tiempo. Este sólo existe en ese estado de continuidad que avanza hacia una continuidad y un logro más extensos. Cuando la mente religiosa ha destruido la autoridad del pasado, las tradiciones, los valores que se le han impuesto, entonces es capaz de existir sin el tiempo. Entonces está completamente desarrollada. Porque, después de todo, cuando uno ha negado el tiempo, ha negado todo desarrollo a través del tiempo y el espacio. Por favor, esto no es una idea, no es una cosa para jugar con ella. Si han pasado por esto saben lo que es, se hallan en ese estado, pero si no han pasado por ello, entonces no pueden recoger meramente estas cosas como si fueran ideas y jugar con ellas.



Uno descubre así que la destrucción es creación y que en el acto de crear no existe el tiempo. La creación es ese estado en que el cerebro, habiendo destruido todo el pasado, está completamente quieto y, por lo tanto, se encuentra en esa condición en que no hay tiempo ni espacio en el cual crecer, expresarse, devenir. Y ese estado de creación no es la creación de unas pocas personas dotadas, pintores, músicos, arquitectos. Es sólo la mente religiosa la que puede hallarse en un estado de creación, y la mente religiosa no es la que pertenece a alguna iglesia, creencia o dogma; estas cosas sólo condicionan la mente. Acudir a una iglesia todas las mañanas y adorar esto o aquello no convierte en religiosa a una persona, aunque la sociedad respetable pueda aceptarla como tal. Lo que hace que una persona sea religiosa es la total destrucción de lo conocido.

En esta creación hay un sentido de belleza, una belleza que no es producto del hombre, una belleza que está más allá del pensamiento y el sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento son meras reacciones y la belleza no es una reacción. Una mente religiosa tiene esa belleza, que no es la mera apreciación de la naturaleza, de las hermosas montañas y el rumoroso torrente, sino un sentido de belleza por completo distinto que va unido al amor. No creo que puedan separarse la belleza y el amor. Ustedes saben, para la mayoría de nosotros el amor es algo penoso, porque siempre va acompañado de los celos, del odio y de los instintos posesivos. Pero este amor de que estamos hablando es un estado de llama sin humo.

La mente religiosa conoce, pues, esta destrucción completa, total, y lo que implica hallarse en un estado de creación, el cual es incomunicable; y con él existe el sentido de la belleza y el amor, que son indivisibles. El amor no puede dividirse como amor divino y amor físico. Es amor. Y con él existe naturalmente, huelga decirlo, un sentido de pasión. Sin pasión no podemos llegar muy lejos. La pasión es intensidad. No la intensidad de querer cambiar alguna cosa, de hacer algo, no la intensidad que tiene una causa, de modo tal que cuando eliminamos la causa, la pasión desaparece. No es un estado de entusiasmo. La belleza sólo puede existir cuando hay una pasión que es austera. La mente religiosa, por hallarse en este estado, tiene una cualidad peculiar de fuerza…